Recuerdos de la Revolución
900 X 260 cms . Técnica mixta sobre lienzo
“RECUERDOS DE LA REVOLUCIÓN”
2009 Palacio de Congresos – Ibiza
Sept 2009 Diputación de Salamanca
PARAÍSO E INFIERNO
por Gérard de Cortanze
Cristina Rubalcava se encuentra en la encrucijada de los caminos – el del azar y el de la inspiración. Su calidad de mexicana en París no la encierra ni la limita. Por el contrario. El exilio, cuando no mata al que lo vive, le confiere una especie de valor agregado. La diferencia, el otro, el extranjero, el cosmopolitismo, llevan a una dificultad de ser que resulta estimulante – que puede llevar, como en el caso de Cristina Rubalcava, al disfraz que da origen al gesto o a su aparición. Esa verdad que dice la verdad con la mentira, visibilidad oculta, obra de arte que sirve para esconder lo que los demás no deben ver, he ahí la fuerza del arte de Cristina Rubalcava, que ha entendido en efecto que la verdad es tanto más cruda cuanto más inventada.
Cristina Rubalcava es una adepta de los cuadros enigmáticos, oscuros, oníricos, inquietantes, en ellos flotan pájaros negros y cuchillos, manos cortadas y fusiles, mujeres de negro, oscuros milagros, un punto de vista ideal, un ángulo óptico, una subjetividad que se asocia con la instantaneidad, y sobre todo una mirada – que es una cámara negra y que es una memoria; una fotografía del adentro.
Cristina Rubalcava cuenta y sugiere, y su narración viene siempre de la vida cotidiana, “desplazada” por la pintura. Como si aplicara a esta última el principio que enunciara Kipling al aconsejar a un joven escritor: “Encuentre sus hechos y defórmelos”. Eso es La Gavilina, esa historia de una familia; eso es El Metro parisino, viaje en compañía de fantasmas, eso es Clavado en la Quebrada de Acapulco, en donde el clavadista es un Ícaro sin alas; es la « Carmen » o el Baile de la Muerte, que hace dudar de sí mismo, ¿hay que reírse de ella o llorar?
Cristina Rubalcava no pinta más que en la Historia. Son contadas las pinturas en las que no aparecen, aquí o allá, los que padecen la pobreza y la soledad, la marginación, la ignorancia; aquellos a los que la violencia asfixia; a los que destroza la criminalidad; a los que aprisiona la política; mujeres golpeadas, mujeres violadas, niños abandonados; trabajadores mexicanos asesinados en la frontera norteamericana: “Recorrido por los Corridos : un baile con los Tigres del Norte”.
Cristina Rubalcava es una mediadora que hace explicable el milagro porque saca una parte de su inspiración de los retablos, esas ingenuas láminas votivas que hacen posible la intercesión entre los dioses y los hombres. Su pintura, pura, pinta lo divino. No era otra cosa lo que hacía Frida Kahlo. Cristina Rubalcava sigue el camino trazado por una determinada tradición pictórica mexicana. Tras una apariencia de opulencia, de exotismo, de fantasía inagotable, expresa un dolor fundamental, un aislamiento, una tristeza. Sus espacios desbordantes, exuberantes, plenos pueden, paradójicamente, convertirse en vacuidad. Ante ella, ninguna moderación, ninguna ponderación, sino la violencia más cruda, el deseo más visible: en el que las naturalezas muertas son siempre naturalezas vivaces, vivas – en una « irremediable cacofonìa » como diría José Emilio Pacheco.
Cristina Rubalcava es Noé, haciendo subir a su arca no tanto a los locos como a seres, cosas y objetos que constituyen su familia – real o imaginaria : pareja de bailarines, acordeonista, gatos, peones, guitarristas, mujeres orando, vendedores de plátanos, gemelos, frutas, árboles, insectos, peces, montañas, volcanes, poblados, ceremonias, espuma de mar, peces corales, muchachas cuya belleza quisiéramos que no alterara nunca el tiempo. Es como el pintor de Jorge Luis Borges que, al final de su vida, comprende que a pesar de todos sus frescos, sus bocetos en carboncillo, sus lienzos, sus cuadros, sus dibujos, sus tintas, no ha hecho otra cosa que intentar ponerse enfrente su propio espejo, que intentar avanzar hacia su yo, en una palabra: pintar su propio retrato.
Cristina Rubalcava es por todo ello profundamente mexicana, en la encrucijada del expresionismo europeo y del muralismo mexicano, de la cultura azteca y del universo vegetal del fauvismo. Alimentando un diálogo fecundo con las obras del pasado, transformando su lienzo en poema, en Vía Láctea, en mar desbocado, en llanura, en árido desierto. En ese planisferio imaginario lo que da vueltas es la historia entera de la pintura mexicana. Cristina Rubalcava ha sabido tomar lo mejor de los sermones aztecas de José Chávez Morado, de la precisión de José María Velasco, de la fuerza de David Alfaro Siqueiros, de la plenitud de Francisco Toledo, del color vibrante de Rufino Tamayo, del misterio de Carlos Orozco Romero, de la exuberancia de Olga Costa, del magnetismo mural de Fernando Leal, del sentido del humor de Gabriel Fernández Ledesma… La lista es infinita, ininterrumpida – una cadena, un aliento.
Pero sobre todo, y eso es lo que me gusta en primer lugar en Cristina Rubalcava, ha sabido aprender todas las lecciones contenidas en los viajes en blanco y negro de José Guadalupe Posada – Calavera Don Quijote, Calavera Catrina, Emiliano Zapata, etc. – y de las explosiones de color del arte popular mexicano: calaveras de azúcar, candelabros de barro pintado de Puebla, figuras de animales cubiertas de chaquira de San Andrés, animales pintados de Oaxaca, platos de Ocotlán , figurilla de la muerte de Metepec.
Eso es : Cristina Rubalcava logra hacer, en su obra llena de multiplicidad, una extraña proeza: hacer una pintura que es materialista y animista a la vez. Una obra en la que la muerte renace de sus cenizas, en la que el amor extremo es el amor de los extremos, en que al mirar el mundo y observarlo, se mira y se observa a sí misma, en que la alegría de vivir aparece a veces con toda su sensualidad, con toda su belleza, que – contrariamente a lo que dice Kandinsky – no es “interior”, sino exteriorizada, bien viva, fecunda, cosmológica, una obra en la que el tiempo, la substancia de la historia, se nos muestran en un destello, y desaparecen en el acto en ese mundo que ella ha creado: paraíso e infierno de una subjetividad apasionada.
Traducción Rafael Segovia Alban, Celorio Moraita,
Servicio especializado de idiomas, SC
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